La vida en su totalidad, en lo más cotidiano, es mi práctica y mi maestro. A todo lo que ella contiene prestaré todo mi amor y mi atención. Especialmente a lo más inmediato; lo más sencillo; lo que más apremia; lo que mi intuición claramente me muestra aunque no quiera escuchar. Resolveré todos los pequeños detalles del día a día; esos pequeños sentimientos que no hago caso; esos pequeños retos que ignoro porque digo que no son nada; esas modestas relaciones con las personas, sean o no de mi círculo íntimo. Me aproximaré cada vez más a cada una de ellas, no porque me dirija hacia ellas, sino porque dejo de distanciarme.
Procuraré no aislarme con ninguna estrategia, ni seguir prácticas que se separen de lo que en sí es mi vida. Mi vida necesita cohesión, no fragmentación. Una cierta dosis de decisión y valor personal me hará falta, no maestros ni maestrillos que no tienen nada real para mí. Si tuviera suerte celestial, quizás en mi vida se cruzara algún ser que me sirviera de ejemplo por su sincera honestidad. De esa que no hay ninguna duda y se siente en el Alma. Honestidad que no sale de la boca, sino de todos sus actos. Si fuéramos tocados por esa gracia, el trabajo no dejaría de ser nuestro, aunque un sol resplandeciente nos cobijara.
La respuesta a esos pequeños detalles y retos del día a día van transformando casi inadvertidamente mi acción en la vida. En su momento, generarán una masa crítica en la que se dará de forma súbita, pasos de gigante. Si he cultivado los detalles de lo cotidiano, la vida y la fuerza de la misma se pondrán a favor por su cauce natural, y el coraje necesario para los grandes problemas brotará en cantidades suficientes para que sean resueltos definitivamente.